El voto a la derecha en Ecuador es también un voto anti oficialista, como se puede ver en la Amazonía, pero sobre todo resulta incomprensible la postura de la izquierda alternativa.
Por: Katu Arkonada
Un
fantasma recorre América Latina: el fantasma del populismo de derecha. Fantasma
de un cadáver, el de la globalización neoliberal, que vio agotado su ciclo en
América Latina tras la oleada de gobiernos progresistas en el sur y,
paradójicamente, la victoria de Trump en el norte del continente. La muerte del
ALCA gracias al impulso de Chávez, Lula, Kirchner y Fidel, así como el suicidio
inducido por Trump al TPP, cierran un ciclo de globalización capitalista.
Globalización financiera, pero no de mercados y mucho menos de personas.
Todo
ello enmarcado en la mayor crisis conocida del capitalismo. Un capitalismo en
fase de descomposición [1] debido
a que la dialéctica entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las
relaciones de producción ha entrado en contradicción, y el capitalismo ya no
puede garantizar la reproducción de la vida de una parte importante de la
población planetaria en condiciones socialmente “normales”. La expansión del
capital financiarizado se hace destruyendo más relaciones productivas que las
que construye. A su vez, debe tenerse en cuenta que la descomposición puede
adquirir diferentes ritmos y grados en las diversas regiones, incluso puede no
haber comenzado en algunas, pero sí es ya un rasgo global del sistema.
Pero
Trump es solo una expresión neofascista (fascismo social en palabras de
Boaventura de Sousa Santos [2]) que
recoge el descontento popular ante una crisis económica que se siente en los
bolsillos de la clase trabajadora, la misma clase que de manera mayoritaria le
dará el voto a la ultraderecha de Le Pen en las elecciones francesas de abril.
Mientras tanto, la izquierda europea ni está ni se le espera, y mientras hace
no tantos años se escandalizaba porque la ultraderecha en Europa llegase al
10%, ahora se alegra de que quede segunda fuerza y no gane (todavía) la
presidencia de un país.
En
América Latina hasta el momento asistimos a una cierta recomposición de la
derecha neoliberal (que ni es tan nueva ni tan liberal), de las viejas élites
políticas y económicas, que pretenden disputar el control del Estado frente a
la voluntad transformadora expresada en los gobiernos progresistas.
Esta
disputa se traduce en las batallas electorales, convertidos en referéndums
sobre la década de transformaciones políticas, económicas y sociales.
Referéndums librados también en un escenario mediático donde se construyen
matrices de opinión contra los gobiernos de izquierda, matrices en torno al
narcotráfico, la corrupción, o los Derechos Humanos.
El
escenario ecuatoriano
En
este escenario regional se enmarca la campaña por la segunda vuelta de las
elecciones presidenciales ecuatorianas del próximo 2 de abril.
A
pesar de la crisis económica, que coloca la gestión de la economía como algo
prioritario para las clases medias, es necesario valorar el 39’4% alcanzado por
Lenín Moreno, candidato de Alianza País, tras más de 10 años de revolución
ciudadana. Esto solo se puede explicar si entendemos la ampliación de derechos
producida en Ecuador durante la década ganada, crecimiento de los servicios
públicos, mejora sustancial de las infraestructuras del país, y aumento de la
capacidad de consumo de la mayor parte de la población ecuatoriana.
Para
enfrentar eso, a la derecha offshore ecuatoriana no le ha quedado otro remedio
que hacer promesas irreales, como la de dejar el petróleo del Yasuní bajo
tierra. Lasso, uno de los responsables del “feriado bancario” que provocó la
migración de 2 millones de ecuatorianos en 1999, es el fiel exponente de la
nueva-vieja derecha regional.
Pero
el caso ecuatoriano nos sirve para extraer lecciones de cómo enfrentar a una
derecha que donde va unida gana (Macri en Argentina), mientras que donde va
dividida pierde (Lasso y Viteri).
El
voto a la derecha en Ecuador es también un voto anti oficialista, como se puede
ver en la Amazonía, pero sobre todo resulta incomprensible la postura de la
izquierda alternativa (que no radical, porque sobre todo es socialdemócrata, de
hecho no hay más que ver el perfil de Paco Moncayo) que encara la segunda
vuelta con el slogan: “Ni un voto al correismo”.
Y
aunque se termine ganando la segunda vuelta, lo sucedido en Ecuador, primer
gobierno del ALBA en riesgo (del núcleo duro, pues no podemos olvidarnos de
Honduras), debería hacernos pensar en cuales son los límites, pero también las
posibilidades de nuestros procesos.
Límites
y horizontes de nuestros procesos
Todos
los grandes liderazgos de nuestros procesos, el Comandante Chávez, Evo Morales
o Rafael Correa, fueron outsiders en su momento, alejados de los partidos
tradicionales. Líderes e instrumentos políticos que representaban el cambio.
Ahora, la disputa es entre continuidad o ruptura, aunque sea por la derecha,
que solo ha conseguido vencer en las urnas con la imagen de Macri como
renovación (algo que no pudieron hacer ni en Venezuela ni en Bolivia).
Esa
disputa tiene el Estado como campo de batalla. Estado que significa disputa,
pero también es garantía de derechos. A más Estado, menos mercado. Y esa
disputa va a enfrentar dos años decisivos, con elecciones en Honduras este
mismo año, donde Libre y Xiomara Zelaya llegan con muchas posibilidades, y un
2018 con elecciones en Colombia, México, Brasil y Argentina. Por un momento
supongamos que los tres gigantes latinoamericanos volvieran o se incorporaran a
la senda de la integración con López Obrador, Lula y Cristina a la cabeza de
nuevos gobiernos progresistas, para esperar a un Evo Morales reelecto en
Bolivia en 2019.
Para
ello, la batalla de la seducción, de la disputa de la expectativa de las clases
medias y juventud, va a jugar un rol decisivo en los próximos procesos
electorales, y ahí, como dice el compañero Fernández Heredia [3], la radicalización de los procesos
deberá ser la tendencia imprescindible para su propia sobrevivencia.
Otro
hermano cubano, Abel Prieto [4], nos
deja otra de las claves fundamental para las batallas que se avecinan, ganar la
batalla de la conciencia y de las ideas, siendo críticos y propositivos.
Y
si en la nueva oleada ascendente que se avecina del ciclo progresista
conseguimos, una vez asegurada la victoria en Ecuador, reimpulsar la
integración latinoamericana, profundizando el ALBA, consolidando la CELAC, y
aperturando hacia los BRICS, habremos dado un paso adelante para consolidar el
nuevo mundo multipolar desde el único escenario del mundo donde se ha logrado
construir una alternativa posneoliberal, porque el populismo de derecha no
impugna la enfermedad (el capitalismo) si no sus síntomas (corrupción,
exclusión…), y ahí es donde los proyectos de las mayorías sociales, con sus
liderazgos, tienen la oportunidad de seducir a las sociedades en transformación
con proyectos de justicia social y emancipación.
Notas:
[1]
Para profundizar el concepto de “capitalismo en fase de
descomposición” ver el libro de reciente publicación: “Desde abajo, desde
arriba. Escenarios y horizontes del cambio de época en América Latina” de Katu
Arkonada y Paula Klachko. Caminos, La Habana, 2016.
[2]
Boaventura de Sousa Santos. Reinventar la democracia, reinventar el
Estado. Abya Yala, Quito, 2004.
[3]
Claves del anticapitalismo y el antimperialismo hoy. Las visiones
de Fidel en los nuevos escenarios de lucha http://rebelion.org/noticia.php?id=223471
[4] Conversación con el
Ministro de Cultura de Cuba Abel Prieto: “Lo principal hoy es detener el
desánimo” http://www.granma.cu/mundo/2017-03-09/lo-principal-hoy-es-detener-el-desanimo-09-03-2017-18-03-42
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